sábado, 30 de septiembre de 2023

Discurso de poder y respuesta en el debate político

 


 

Vos preguntame lo que vos quieras, yo te respondo lo que yo quiero
Objetivos, estrategia, táctica y la lista de supermercado
 
Por Rubén Weinsteiner

Un debate político no es un debate. Es una puesta en escena donde la otredad no recibe el beneficio de la escucha y está ahí para ser usado, rebajado, atacado o ignorado en exclusivo beneficio propio.
¿Sirve debatir en comunicación política?  A quien le sirve? A los votantes? A los candidatos? A los medios? Quien gana un debate? El que agredió mejor? El que venció emocionalmente a los espectadores? El que construyó percepciones de potencialidd de acción? El que estableció la centralidad? ¿Debe debatir el líder, el que va arriba?

No hay dos debates iguales. Las particularidades están determinadas por las condiciones objetivas, los formatos, los actores, el reglamento, las plataformas,  etc.
No es lo mismo un debate de a 2, que de a 5.

Los debates en comunicación política se ganan o se pierden en el ring side, en la teleplatea, cuando se debate delante de otros. Nadie apunta a convencer al otro político sino a vencer emocionalmente a los votantes
Se juega en en el estudio, pero se gana en los livings de las casas.
Lo que se dice, lo que no se dice, la kinesia, la proxemia, los argumentos, los giros, el manejo de los gestos, la respiración, la vestimenta, los colores de la indumentaria y los de la cara (Nixon pálido contra un Kennedy rebosante), constituyen las variables de un modelo complejo: la intervención sobre la subjetividad, la construcción de percepciones y la negociación de adhesiones y lealtades.

Al debate se va con una estrategia, con tácticas planificadas y con una lista de supermercado: yo vengo a buscar a, b y c, y me voy a llevar a, b y c. Tanto en términos de la intervención sobre los microsegmentos-objetivo, del discurso de poder, del esmerilamiento a producir en determinados adversarios, como en las percepciones a generar mediante el formato de interacción y la narrativa de temas complejos.

La idea de generar un evento único y definitorio en una campaña no existe más. En el debate se sumarán momentos, que con las redes alcanzaran niveles  de reproducibilidad y viralización cada vez mayores.
Eso si, los errores se pagan más caro en los debates, por la sacralidad del momento. Pero  los debates no generan un cambio de tendencias muy importantes. Sí apuntan a influir en los que miran, en los que median con los que miran y en los que desde el poder real conducen a los que median con los que miran.

El líder, el que va ganando, consolida su centralidad racionando el debate. El problema de debatir demasiado,  es que acelera una entropía de la imagen, con una mutación pronunciada y sin beneficio de homeostásis en tiempo real, donde cada round se hace interminable, y la estrategia, diseñada se desdibuja. Allí se le otorga al otro la enorme ventaja del codiseño de la propia imagen.

Cuando discutimos, le estamos otorgando entidad a la otra parte, sin dicha entidad no podríamos establecer la discusión. El contrato discusional consiste en aceptar que el otro está en un lugar de equivalencia. Que este lugar esta legitimado desde la posición, desde el equipaje argumental o desde la entidad del otro. Cuando discutimos estamos aceptando nuestras propias limitaciones, sean estas dudas o límites de poder. Si tuviéramos la seguridad absoluta de tener la razón y el otro no tuviera ningún poder, no discutiríamos. Nadie discute con la abuela con Alzheimer. Con lo cual debatir es validar nuestras limitaciones y el poder del otro.

En la discusión dentro de los debates,  se condiciona la imagen y la narrativa a favor de la victoria en el debate, y en ese momento, está el riesgo de salirse de la estrategia propia de marca política. No es grave, solo requiere mayor flexibilidad. El peligro consiste en que ese replanteo marcario, puede estar muy condicionado por el otro. Es como cuando quieren poner nervioso a alguien y le dicen cosas con ese propósito, para “sacarlo”. Ahí, si uno se “engancha”, el poder lo asume el otro. La solución, lo sabemos todos, está en no responder nunca, lo que el otro quiere que respondamos

Bajado al terreno de la comunicación política, la traducción no es exactamente no responder ante el modelo inquisidor. Inquirir o callar pone al otro en el lugar de “mover la ficha”. Es imposible no comunicar, como bien nos decía Paul Watzlawick, todo comunica. Cuando estamos en el ascensor y miramos el celular para no cruzar miradas con nuestro compañero de viaje, estamos comunicando, cuando nos sentamos en la sala de espera del dentista y miramos el techo, el celular o nos sacudimos el pantalón, estamos comunicando. Siempre comunicamos.
 Lo que se impone en ese caso es lo que en comunicación llamamos fogging, ( llenar de niebla el componente emocional de la inquisición, no haciéndose cargo de esa emoción, no enojarse) lo que nos permite jugar el juego sin patear el tablero.
No responder, porqué ahi le estamos dando el poder al otro, pero no responder no significa no decir, significa; VOS PREGUNTAME LO QUE VOS QUIERAS, YO TE RESPONDO LO QUE YO QUIERO

París, mayo de 1981. En el comando de campaña de Miterrand, se discute con qué estrategia el candidato socialista, François Mitterrand, deberá enfrentar a su adversario Valéry Giscard d’Estaing (presidente en ejercicio que busca su reelección) en el debate cara a cara que tendrá lugar antes de la segunda vuelta de la elección presidencial.

Se pasa , una y otra vez, el video del debate de 1974 entre los mismos dos candidatos, debate del que Giscard había resultado claro ganador, según los medios y la opinión pública de aquel entonces. En las urnas también ganó Giscard.
La táctica giscardiana consistía en hacer preguntas-trampa, destinadas a mostrar que su adversario es incapaz de responderlas, había funcionado, en 1974, a la perfección. Mitterrand había buscado ingenuamente, cada vez, una respuesta. Claro, el Presidente en ejercicio, sabía todos los pormenores, datos, cifras, mecanismos, que solo en el poder se pueden conocer.

La conclusión sobre la el equipo de Miterrand construyó la estrategia 5 años después  fue  : Mitterrand no deberá, bajo ningún concepto, responder las preguntas que le haga Giscard.
Después, se puede discutir cómo tiene que reaccionar en cada caso (por ejemplo, poniendo en duda la legitimidad de su adversario para hacer la pregunta). Esa regla táctica fue sin duda una de las que salvó a Mitterrand durante aquel debate de 1981; e hizo posible el memorable “¡yo no soy su alumno!”, ante una pregunta “pedagógica” de Giscard.

Mitterrand fue 14 años presidente de Francia.

Rubén Weinsteiner

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