jueves, 16 de mayo de 2013

Como pagar un costo político

Por Rubén Weinsteiner

Para Newsweek

La emergencia a la superficie de un error, y el no admitirlo, pone al político en una situación complicada. Esta situación pende sobre él como una espada sobre su cabeza, en cada aparición pública, en el relato mediático y en la construcción permanente de su imagen. La visibilización del error y su admisión fáctica, pero el no reconocimiento del carácter negativo de la decisión política que estuvo detrás del hecho, configura un estadio más grave que el primero, ya que pone en juego un desafío al ciudadano, “yo sé que vos sabés, y yo también se, pero lo haría de nuevo así”. Este mensaje comunica asimetría e impunidad. Como ejemplo: Macri cuando reconoce que el fino Palacios estaba implicado en delitos graves y lo echa, pero insiste en que no fue un error nombrarlo como jefe de policía, porque estaba bien recomendado por la embajada de EE.UU. La admisión tiene que saldar los efectos del error y la línea de montaje decisoria que construyó el hecho.

Lo que fortalece al político es la visibilización de sus debilidades. Sin la admisión de las mismas, no se puede resolver nada, y en definitiva el político esta para resolver problemas. “Tengo estos problemas y los estoy resolviendo, tengo debilidades pero soy fuerte y creativo, por eso puedo sobreponerme” “En la gestión también aparecerán problemas y yo sabré resolverlos”
Alguien que come poco y no hace ningún esfuerzo para comer poco, no es fuerte, simplemente tiene el hábito de comer poco, alguien a quien le gusta comer, puede manejar ese impulso y finalmente come poco, es alguien fuerte, alguien que resuelve un problema. Alguien que teme pero hace, es valiente, alguien que no teme, no es valiente, no se está sobreponiendo a nada y hasta puede ser un temerario.

Admitir rinde, y aquí la variable tiempo es fundamental. La forma más barata de pagar un costo político es hacerlo YA¡ Cuanto más tiempo pase, mas sube el precio. Cada día que tardó Macri en echar al fino Palacios, aumento el costo político de este hecho, cada día que tardó Macri en echar a Posse, luego que este tildara al gobierno de “Trotskista leninista” y reivindicara al gobierno militar, aumentó el precio que Macri tuvo que pagar. En este caso fue bajo, ya que lo echó al quinto día de haber hecho las declaraciones.
Cuanto se hubiera fortalecido la imagen de Macri, si a las dos horas de haber Posse declarado lo que declaró, Macri lo hubiese echado, y hubiera declarado: “Lo que hizo Posse está mal y no lo comparto, me equivoqué, fue un error haberlo nombrado, lo reconozco, por eso lo eché”.
Prevalece el criterio que las decisiones se toman con la información que uno tiene en la mano, y que si falta información no hay error decisorio, “cualquiera en mi lugar con lo que yo sabía, hubiera tomado esa decisión”. Esto funciona en el análisis histórico, sin embargo un político debe admitir como error la falta de información, porque la misma es un insumo estratégico para cualquier gestionador.

Esto las empresas lo saben muy bien, sostener un producto que no se vende simplemente para no admitir que un CEO se equivocó, es un escenario imposible, porque la pérdida es tangible, es dinero. Los políticos tardan en admitir porque la pérdida no es tangible, no la pueden ver ni tocar.
Cuando no admitimos y no pagamos el costo político le estamos dando un arma a nuestro enemigo, se la estamos dando en la mano para que nos dispare cuando quiera, en cambio la sinceridad desarma.
Se requieren pruebas y argumentos para sostener una afirmación positiva, no se requiere nada para sostener una negativa. Cuando alguien comienza un discurso admitiendo un problema o un error, el receptor baja la guardia y se consigue automáticamente crédito de ese receptor, cuando se comienza contando maravillas de uno, el receptor se pone en guardia. La honestidad rinde.

La forma menos costosa de pagar un costo político es “pagarlo ya”, cada hora que pasa hace subir el precio, como un taxi.

Ideología y comunicación en lugar de información en el #votojoven








Por Rubén Weinsteiner


Comunicación en lugar de información, es lo que busca el sujeto de elección joven para conformar su sistema de preferencias.


La información como dato duro se materializa como un recorte de la realidad, y el sesgo, la corporización de estrategias, la impostura y los diferentes ruidos, dan forma a ese recorte emitido que será recibido por los sujetos de elección jóvenes que demandan comunicación por sobre la información.


Los ruidos son obstáculos que entorpecen, cambian, desvirtúan y alteran el mensaje tal cual uno lo pensó, diseño y planteó, produciendo entropía, desenfoque del objetivo y pérdida de información. Los esfuerzos por perfeccionar la comunicación política, volviéndola impostada, sobre-abarcativa, desprovista de emocionalidad real, y alejada de un liderazgo a la altura de los ojos, producen ruidos en el realismo político del voto joven.


Los sujetos de elección jóvenes son volubles y esperan grandes cambios. Esos cambios esperados se constituyen en la demandas que los ordenan como segmento, y se satisfacen con ideas y emociones que asumen el rol de promesa y perspectiva de futuro de la marca política. No se otorga el voto por la autopista prometida, sino por la perspectiva planteada de cómo se van a sentir los votantes con la autopista construida.


Hace falta dialogar en estas nuevas conversaciones 3.0 en la web social con los sujetos de elección jóvenes, más que bajar línea, instalar agenda o repetir slogans vacios.Y para dialogar con estos electores sofisticados, hay que poder, hay que dotar de contenidos al discurso de la marca política, y de un para qué poderoso, para colonizar emocionalidades y subjetividades, potenciando a las ideas, los ideales, la dimensión colectiva, el compromiso y la militancia, como insumos estratégicos básicos para intervenir en el sistema de preferencias del voto joven .


En este contexto todavía algunos plantean el vaciamiento de los espacios políticos, como estrategia de marketing. El discurso antipolítico sostiene que "es viejo" hablar de derecha e izquierda" que lo importante es "que las cosas funcionen"

Este discurso en realidad lo que está planteando es que los gobiernos carecen de opciones, solo tienen un camino, y en realidad, aunque los gobiernos terminen transitando el camino del "centro político", no es lo mismo hacerlo desde una posición de derecha o desde la izquierda,

Y estas categorizaciones, no alcanzan ni minimamente a caracterizar los posicionamientos ideológicos que puede adoptar un gobierno. Estos son complejos y tienen muchas variables determinantes en su formulación. Es como si un informe meteorólogico señalara que un día es "lindo" o "feo". No alcanza, necesitamos conocer la humedad, los vientos, la presión. Es decir para saber de que palo es un candidato necesitamos saber que piensa sobre el papel del estado, como ve a los diferentes grupos de interes real, como piensa los acontecimientos históricos, el concepto de "lo nacional" la dimensión colectiva de la acción política, la industria, el medio ambiente, la energía, la educación, la cultura, etc.

Todo esto no se puede resumir en la ideología "del sentido común y que las cosas funcionen".

Los ochenta en el mundo, con la Reaganomania Thatcher y Kohl, o la Argentina de los noventa, fueron espacios donde se había decretado la muerte de las ideologías y el vaciamiento de la política. En la Argentina el menemismo consolidó una alianza vacía de ideas, con iconos representantes del clima de época como Ante Garmaz, Yuyito González, Tinelli y Sofovich. El menemismo legitimó la incultura de Tinelli y la mediocridad de los programas de chimentos, porque desde el poder se presentaba como válida la ignorancia, la incultura y la mediocridad que ostentaba y hasta sobreactuaba orgulloso el presidente Menem y su círculo de colaboradores.

Algunos tratan de modelar y reeditar el formato de Menem, pero sin siquiera ser como él, un cuadro político.

Pero ese período, el de la ideología que las cosas funcionen, de los espacios sin militantes, sin comités, sin ideas y sin debate, terminó, con Menem y De la Rua, Lacalle, Bucaram, Sánchez de Losada, Fox y Bush.

Terminados los noventa, llegó Lula a Brasil, el Frente Amplio a Uruguay, y se le quemaron los libros a muchos en la Argentina, en Bolivia, en Ecuador y en EE.UU, donde llegó Obama y explotó la militancia en la web social. En los 2000 asistimos a la recuperación del discurso político, del debate, de la militancia y de las palabras como órgano constitutivo del pensamiento y de las ideas, aquellas ideas que Menem o Bush no podían articular.

Macri y De Narváez siempre fueron noventistas, por discurso, por formación intelectual, por recorrido de vida, por ideología, por modalidad expresiva, por simbología y ritualidad, por identidad, y demás variables que conforman sus marcas políticas. En esa época sus posibilidades de haber llegado a la cima hubieran sido claras. Llegaron tarde, Macri se bajó 3 veces, 2003, 2007, 2011 y si los radicales no le alquilan su despliegue territorial, muy probablemente se baje en 2015, a pedsar de las notas a pedido de periodistas pautados que hablan de sus posibilidades presidenciales, y De Narvaéz se convirtió en una pieza arqueológica del marketing político, que le cedió el devaludado fondo de comercio de su negocio a Scioli.

Algunos creen que los noventa no terminaron, y repiten que la gente está cansada de las ideologías, que no existe más derecha ni izquierda, que nadie quiere a "los políticos tradicionales", y que la única ideología que funciona es la del sentido común, y que las cosas funcionen.




Como dijo Pepe Mujica, no se puede hacer política sin militantes, sin cuadros y sin comités. El desprecio de la política y de los políticos, bajo la forma de “no hacen nada” “ganan fortunas” “todos roban” fue una de las formas a través de las cuales Mussolini consiguió instalar el Fascismo, anclando la democracia, la política y los políticos a conceptos negativos como el caos, el desorden y corrupción.

En los 90, se planteó una república de los gerentes, los políticos no estaban capacitados y había que poner a los que sabían hacer las cosas. Por eso se puso a Bunge y Born a manejar la economía o luego a Cavallo, a empresarios a manejar ministerios y entes estatales, y se privatizó todo lo que se pudo porque las cosas funcionarían mucho mejor en manos privadas que en manos públicas-políticas. Los noventa terminaron mal no solo en la Argentina, después de 8 años de Bush, EE.UU. sufrió la peor crisis desde 1930. Junto con el ocaso de la república de los gerentes, perdieron poder de fuego las marcas políticas de la antipolítica.

Lo que plantean los asesores de la antipolítica, atrasa 20 años. Un gobierno sin ideología, que solo quiere que las cosas funcionen, que no entiende el país, que llega al poder a base de slogans, spots y frases vacías, como la cabeza del candidato, se encuentra con la gestión, se pone nervioso y choca el país, como De La Rúa el último noventista, en 2001.

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